En la vida de cada uno de nosotros existe una época destinada a desarrollar una serie de habilidades y facultades específicas necesarias para el desempeño de nuestra profesión.
Si bien es cierto que en contextos económicos como el actual la profesión y la formación no están siempre relacionadas, hay oficios que no se pueden entender sin una rigurosa preparación previa, como es el caso de la medicina.
Todos sabemos que para ser dentista es necesaria una formación extensa y rigurosa que nos permita asimilar una base de conocimientos sólida, llena de tecnicismos, razonamientos y técnicas. Durante la carrera de Odontología se dedica muchísimo tiempo a adquirir estos conocimientos; horas y horas de entrega a libros, apuntes y conferencias, en las cuales se cree que el almacén de la memoria juega un papel fundamental, lo cual es un enorme error.
El sistema universitario, desde hace décadas, fomenta un conocimiento técnico y académico que ignora lo fundamental: nuestra formación como personas. Un odontólogo es una persona al servicio de otras que demandan algo tan básico y humano como puede ser el sentirse mejor. Es cierto que la unión entre paciente y el odontólogo es la mejora de la salud bucal, pero esto no sólo se logra desde la todopoderosa ciencia.
Estamos de acuerdo en que la tecnología y la ciencia son fundamentales a la hora de establecer un diagnóstico y fijar un tratamiento, por lo que el dominio del funcionamiento de la boca es esencial para el odontólogo. Pero ¿qué ocurre con la persona? El sistema de formación actual se ha olvidado de la empatía, un proceso clave en la comunicación emocional con el enfermo, más allá de su enfermedad.
Un odontólogo excelente, además de ser experto en la materia que le ocupa, debe saber cómo gestionar las emociones. Un paciente regresa y es fiel a la clinica no sólo porque le hayamos solucionado su problema bucodental, sino por la experiencia emocional que haya tenido con nosotros.
¿De qué depende una experiencia emocional positiva?
La relación doctor-paciente. El doctor que consigue conectar emocionalmente con sus pacientes logra su fidelización. Por eso nuestro protocolo de atención al cliente está basado en estudios humanistas, neurocientíficos, coaching de salud y programación neurolingüística.
Calidad humana del equipo de la clínica. La motivación del personal del centro médico determina no sólo los resultados, sino la imagen que generamos en los pacients.
Gestión del estrés. Ayudamos al odontólogo a aprender técnicas claves para gestionar el estrés a través de la visualización positiva.
La relación entre el odontólogo y el paciente se conforma en la unión de dos dimensiones diferentes, la humana y la técnica. Junto con la capacitación técnica, es importante desarrollar las competencias de la inteligencia emocional para una relación eficaz con los pacientes, los cuales se suelen encontrar en un estado de vunerabilidad que requiere habilidades de contención, escucha, empatía y pedagogía.
Si un odontólogo posee estas capacidades emocionales, consigue aumentar la fidelización de los pacientes y su nivel de satisfacción con el tratamiento, lo que supone una mejora en el boca a boca con su círculo de amistades y familia.
La inteligencia emocional se define como “una habilidad para percibir, asimilar, comprender y regular las propias emociones y las de los demás, promoviendo un crecimiento emocional e intelectual”.
La odontología pedagógica
En el proceso de comunicación entre doctor y paciente, a menudo éste último carece de los conocimientos para interpretar y descodificar correctamente el mensaje. Esto aumenta las posibilidades de malos entendidos, especialmente en esta época en la que nuestras percepciones son tan influenciadas por agentes externos como Internet o las redes sociales.
Por esto es necesario explicar a nuestros pacientes qué estamos haciendo, por qué lo estamos haciendo y qué esperamos conseguir con ello.